Yo soy yo y mis circunstancias, como bien dijo Ortega y Gasset.
Nuestra vida está llena de cambios, de etapas, de movimiento, muchas veces intencionado o esperado y algunas veces, no tanto.
El interior de un hogar se transforma tantas veces como etapas vivimos en nuestras vidas, y esto es maravilloso de entender y compartir.
Crecemos en nuestro entorno familiar, en el que es importante encontrase a gusto, y con esto no hablo de lujos, de los que en algunos casos, van sobrando, sino de sentirnos arropados, queridos y con una sensación de “hogar” de esa clama que todos sentimos al volver a casa después de un viaje de fin de semana. Esta sensación buscamos cuando somos niños o adolescentes y esta queremos dar a nuestros hijos cuando somos padres.
En nuestro siguiente paso, llega el momento de independizarse, puede que sea en un pisito de soltero, puede que tengamos pareja, optemos por alquiler, o incluso decidamos comenzar una obra nueva, el punto clave es experimentar. Sin lugar a dudas, y sin explicar esta etapa demasiado, todos coincidiremos en que la vida te cambia cuando llega la familia, en el momento en el que aparecen niños en nuestras vidas, todo se vuelve patas arriba, la vivienda se transforma y estos, nuestros peques pasan a ser el centro de todo.
El tiempo pasa y, con suerte, nos quedamos solos otra vez, vuelve la paz y el silencio, todo nos parece extraño, hemos perdido la costumbre a estar solos, y adoptar un compañero perruno siempre es una buena idea. Y es en este instante cuando tu hogar, tu espacio, te pide que lo transformes en lo que siempre has querido, que vuelvas a poner patas arriba todo tu mundo, y las circunstancias vuelvan a cambiarlo todo…